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Escenario Santa Iglesia Catedral

En torno a la zona principal de la ciudad baja, llamada por los musulmanes “barrio de Hara Alchama” o de la Mezquita Mayor, fue donde los Reyes Católicos decidieron edificar la nueva iglesia-catedral, para lo que en 1518 encargaron la planta a su arquitecto Enrique Egas, quien copió la de la catedral gótica de Toledo. Así se inició, colocándose la primera piedra el día de la Encarnación, 25 de marzo de 1523. Hacia 1528, año de la visita del Emperador y de su esposa Isabel, el cabildo toma la decisión de construir la nueva catedral en el estilo romano, tal como se estaba haciendo la iglesia del Monasterio de San Jerónimo.   El artista encargado de esta extraordinaria obra de tan gran “modernidad” fue el burgalés Diego de Siloé, quien con el apoyo del arzobispo de Toledo, D. Alonso de Fonseca, creará en Granada la primera gran catedral renacentista de España, que más tarde se convertiría en modelo para otras obras en la Península y en Hispanoamérica.   De la cabecera gótica de espacio disperso Siloe pasó a una planta central radial, con una clara unidad espacial, imagen de un templo humanístico, donde la monumentalidad se plasma con el nuevo metro de la proporción y el canon de clara estirpe clásica. La gran cabecera de la Capilla Mayor se convierte en el exterior en una gran pirámide-linterna, plena de monumental unidad, armonía y simbolismo, que en su interior se sacraliza con el apostolado escultórico de Gaviria, los lienzos de Alonso Cano representando la vida de la Virgen y las vidrieras con la Pasión de Cristo, que cierran así todo el discurso figurativo de redención con la clave litúrgica del Tabernáculo Eucarístico en el centro.   A esta monumentalidad de la Capilla Mayor se unen las cinco naves definidas por las esbeltas soluciones de pilares con columnas adosadas, entablamentos exentos y segundos cuerpos en la central; soluciones del más puro abolengo florentino (Brunelleschi en Florencia, Rossellino en Pienza). Contemplando este espectáculo de espacio y proporciones, definido por la gran luminosidad y blancura, que son esencia de este templo del humanismo cristiano, recordamos a Filarete que, tras leer a León Bautista Alberti, escribe: «Nosotros, los cristianos, construimos bien altas nuestras iglesias para que aquéllos que penetren en su interior se sientan transportados y para que el alma pueda ascender hasta la contemplación de Dios».

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